Puede que esto me convierta en una chica insoportable (y lo hace) pero tengo una debilidad tremenda por las historias de artistas. Adoro cuando hablan de qué es el arte para ellos y sobre todo, qué significa para ellos ser artista. Ya lo dice Rilke: "Si su vida diaria le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de usted mismo, dígase que aún no es lo bastante poeta". Así que este libro tenía papeletas de sobra para que me gustase.

Patti Smith consigue hacerte sentir todas sus emociones e inspiraciones en su búsqueda por ese "algo" que tantos trataban de encontrar en el Nueva York de los 60-70. Allí conoce a Robert Mapplethorpe, y en el fondo esta memoria es en honor a él y al vínculo que crearon, de esos que te hacen sentir que las almas gemelas realmente existen.
Te hace pasear con ellos por unas calles de Nueva York llenas de dualidad en las que se podían cruzar con Jimi Hendrix o con Ginsberg mientras ellos no tenían ni para un café porque sus ahorros iban, siempre que fuera posible, para el arte que creaban. Desde los collages a las fotografías y poemas. Todo en este libro es un homenaje a el arte.

Me quedo con una frase: "Aprendimos que queríamos demasiadas cosas. Sólo podíamos dar desde lo que éramos y lo que teníamos".