Cuando empecé El Exorcista estuve a punto de dejarlo a las 20 páginas. No sé si era por la traducción de mi libro, pero me estaba pareciendo una narración confusa en la que se mezclaban pensamientos, palabras y acción. Menos mal que no lo hice, porque me hubiese perdido uno de mis libros favoritos en lo que llevamos de año.

Una vez te acostumbras a la narración de Blatty el libro entra como el agua. Atrapa y perturba a partes iguales gracias a una narrativa visual e ingeniosa. Y es que no sabes si es por el morbillo o por el misterio, pero no puedes apartar los ojos de sus páginas. La tensión te pone el corazón en un puño y el enigma te deja con ganas de más.

Los personajes me parecieron uno de los puntos más interesantes de la historia. Me quedé con ganas de saber más del padre Karras y del entrañable inspector Kinderman, mis dos personajes favoritos. También sufrí la angustia de Chris, la madre de Reagan, y sentí una gran lástima por la pobre niña. Pero, por otra parte, el demonio me pareció la caña.

Igual soy yo, que tengo algo con los seres moralmente malvados pero con labia.