Una de las historias más épicas y características de la biblia. Tan icónica que no ha sido replicable con justicia.

En esta secuela tenemos un protagonista más claro, Moisés. Aunque también tenemos uno lateral: la promesa de Dios a Abraham.

Acá venís el cumplimiento de la primera profecía y donde en Génesis se nos dio una pequeña muestra de un plan, en este segundo libro ya podemos ver una parte importante del rompecabezas: la formación de una nación escogida y reconocida salida literalmente del fango, pasado por las llamas. Un comienzo que no sería olvidado fácilmente: esclavos con un Dios que desafío al mayor imperio conocido y lo dejó en la ruina. El temor y reputación de todo el mundo sería innegable.

Luego se presentan leyes como fundación de esta nación, leyes que para nuestros tiempos suenan triviales, otras escandalosas (dado el contexto del tiempo entendibles), pero por sobre todo, muy pero muy adelantadas a su tiempo. Daban el fundamento de una nación disciplinada y orgánica, en medio de civilizaciones que surgían y caían como moscas. Eso es lo interesante de esta parte.

Quedo un tanto inconcluso pero con un final mémorable relatando las señales de protección de la nube de día y la columna de fuego de noche.