Si hay una razón por la que leer a Dostoievsky se me hace molesto a pesar de fascinarme con todos y cada uno de sus escritos, es que su viaje al alma humana me recordaba muchas veces a las maquinaciones que suelo hacerme un día cualquiera a las tres de la madrugada en el silencio de mi habitación.

Si hubiera leído este libro antes, mi visión del resto de su obra sería distinta. Es una noela espectacular para sentar las bases no sólo de la filosofía que va a estar presente en sus otros textos; sino también en una época donde el existencialismo va a brotar cual fisura volcánica en un sistema cada vez más enajenante.